Tiempo en Zaragoza

lunes, 7 de abril de 2008

Maestros




















El maestro es el que enseña, y lo hace con una cabezonería fuera de toda duda: él sabe la vara de medir (en su ciencia, o arte, que tanto monta)

Por ello puede ser duro, arisco, maleducado: en realidad usa ese ardid para su propósito: si no pertenecería a otra categoría: funcionario, currante, obsoleto, mameluco...

Hay maestros públicamente reconocidos: lamentablemente en esta España de nuestras congojas llaman maestros a los matadores de toros; cosa que entiendo porque hacen falta cohones para ponerse delante de la bestia, y encima encelarla, dominarla y componer figuritas de postín; pero por otro lado, ese juego, basado en matar a un dulce bicho delante de gente, con buenas bazas en las manos y alrededores; no creo que sea para que a alguien le llamen maestro: qué pues a Fleming, Goya o Erastótenes.

Dónde el maestro?? Llegados a cierto punto en el convento (quiero decir del tiempo asignado a nuestra vida presente, tan poco y tan largo, en ocasiones) uno comienza a buscar el maestro que dé los pasos para llegar a buen final. A buen puerto, a un puerto seguro del que emane algún calor en la jodida recta última que te lleva al valle de Josafat (espero que seamos delgadicos, porque sino tendrán que asignar turnos)

Buscas en libros, buscas en poetas o cantantes, en pintores o científicos, pena me dan los que miran en deportistas, números uno y demás calandrias; buscas pero no hallas: miras a los ojos de los ojos de los maestros y ves un enorme agujero que se traslada, o se mueve o parece no tener fin: pues el maestro, ay, también busca maestro

Maestra, si cabe, la vida, la que enseña, la que hace las cosas siguiendo unas increíbles leyes, que llamamos físicas, y sin importarle una higa los errores, porque tiene el tiempo de su parte. Maestro, si acaso el amor, que puede hacer que unos suaves y tiernos amantes, paren el reloj solo para amarse, como si les fuera la vida en ello

La foto que ilustra este comentario es toda una enseñanza de la vida: la hizo Robert Doisneau a una pareja, entonces eran novios, y a los que tras conocer en un bar parisino, propuso esta sesión. Pagó a uno de los modelos (no sé porque me da que fue el maromo) una cantidad mediante recibo, esto le permitió escapar de la justicia cuando, muchos años mas tarde, la foto, publicada en papel y paredes para idealizar (y de paso traer turistas ) un París romántico, reventó como icono. A por la pasta, se dijo alguno, y consecuentemente, fueron a por el original que se vendió en el 2005 por mas de 200000 dólares con presencia –ahora sí- de la zagala, supongo que para animar la venta, y, de paso, espero, llevarse un pellizquito

Y siguiendo con la lección, Doisneau declaró:

“Jamás me habría atrevido a fotografiar a una pareja así en la calle. Amantes besándose en público, raramente tienen una relación legítima"



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